sábado, 15 de junio de 2019

Fernando Cernadas


A veces, en mis encuentros con Fernando Cernadas, hablamos de Antonio López mientras recorremos las salas de exposiciones y comentamos algunas de las obras que expuestas, no es una referencia, pero Fernando conoce a López y habla con él también de arte. Luego nuestra conversación trasciende algo más que arte, unas veces a la técnica, otras al arte por el arte; no es un diálogo academicista y teórico, es pura sencillez. Una mañana, fue a primeros de año, fui a una sala en la calle Marqués de Cubas donde exponía Fernando. Estuve viendo sus obras, las que ilustran esta entrada, por primera vez. Eran formatos grandes No tienen título, le dije más tarde. No, no las titulo -me contestó-. Recuerdo que hablamos del concepto espacial de algunas de ellas, obras abiertas como si se esperase la continuación en un lienzo contiguo; en otras la obra se expanden suavemente sobre un fondo difuminado en el que parecen gravitar o trasladarse a través un espacio en el que el movimiento semeja quietud. Otras veces dibuja. Sus dibujos proyectan un vigor sorprendente: el rostro del retratado parece descompuesto, desarmado, como si se hubiese despiezado la cara de un autómata y al volver a montarlo sobran piezas y dejan al aire los vanos de unas cuencas vacías, una boca desdentada o la profunda fractura de un cráneo,


Fernando Cernadas tiene una pintura visceral, tan enérgica como enigmática, genuina, fiel a sí mismo, sin intentar confundir ni impostar al espectador, tan solo expresar sentimientos. Por pintura visceral entiendo aquella que surge de lo más profundo de las entrañas del artista, algo que es difícil de ocultar porque en cuanto surge y se plasma en el lienzo, cualquier acción posterior deja la obra sin sentido, muerta, vacía y yerma. Y en estos parámetros se mueve nuestro autor, en el más puro expresionismo abstracción y el informalismo a la vez que desprende un inequívoco trasfondo espacial: planos, lindes como quien se asoma desde un monte y a sus pies visualiza un plano cuarteado de valles, casas, bosques y ríos que serpentean caprichosamente.


Pero en su obra no queda nada al albur en su proceso integrador en las formas. En la sala de Marqués de Cubas, los visitantes, como si fuesen transeúntes de una céntrica calle o los excursionistas que vadean esos valles, arroyos y caminos intransitables, pasaban entre las obras interponiéndose brevemente entre yo y la obra, interrumpiendo la contemplación de los cuadros creando una escena cotidiana, ajenos estos a cualquier composición porque ellos mismos forman parte de la composición misma, el público tan informal como vigoroso, genuino, abstracto y sincero.


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