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jueves, 23 de mayo de 2019

José Ramón Lozano

Flores. Acrílico sobre tela. (2018) 195x195
El vánitas del título nos transporta, casi sin proponernoslo a la pintura del XVII, en mi caso y más concreto al Sueño de un caballero, al simbolismo y la alegoría de lo efímero: Aeternamente hiere, vuela veloz y mata, y con este ensueño me propuse descifrar el Vanitas de José Ramón Lozano, buscar el simbolismo que encerraba su obra e iba recorriendo sus dos anteriores muestras: de la carnalidad de sus retratos, representada con enormes manchas -el espectador suele percibir como un signo de violencia antes que la pura  ilusión de un rostro amado y deseado- que desembocaban en un sentimiento de fragilidad. Con esa introducción tan concisa llegué a la sala conociendo tan solo el título y con un enorme apetito por ver la nueva obra que el propio José Ramón me había anunciado pocos tiempo antes.

Sin título (VI). Acrílico sobre tela. (2019) 170x190
En esta ocasión José Ramón Lozano da un salto en la elaboración en su pintura. Ejecuta las obras con una pincelada cada vez más enérgica y suelta, más expresionista si cabe, tanto los retratos en los que surgen las líneas del boceto entre los golpes violentos y seguros del pincel, persistiendo en potenciar esa carnalidad de la que antes hablaba, y deja al aire las líneas maestras que surgen del rostro de la modelo para dejar la incógnita en el espectador, si son del encaje de la obra o son para el retoque porque en ocasiones las facciones de la modelo parecen agotadas, la mirada ausente de un rostro que transmite ya madurez, que proyecta sobre el espectador una abstracción "desposeída de emoción alguna", nos cuenta escueto el díptico, pero frágil, muy frágil.

Vanitas 010. Acrílico sobre tela. (2019) 200x260
Había entre la obras, uno de esos retratos que no se incluía en la exposición, uno terminado unos meses antes, en el que los rasgos estaban más definidos, la obra estaba más elaborada y -me pregunté- ¿tanto ha evolucionado el artista en tan corto espacio de tiempo? La respuesta estaba en la sala: los trabajos que presenta ahora -retratos y flores- parecen pintados para sí mismo, como el maestro que pinta con el sólo propósito de disfrutar, gustarse y deleitarse en su obra, por esa razón -pensé- debería buscar el vánitas no en un acto de soberbia sino en la introspección, en la reflexión que el artista ejerce cuando mira su obra desde la distancia, en ese momento en el que su pensamiento se introduce y hurga en la tela buscando su propia identidad, su certeza y sin más discurso que su propio arte, su genuina expresión.

Sin título (IX). Acrílico sobre tela. (2019) 195x195
Vanitas, de José Ramón Lozano en Galeria BAT Alberto Cornejo, en María de Guzmán, 61 de Madrid, hasta el 21 de junio de 2019.


jueves, 7 de febrero de 2019

Gustavo Díaz Sosa: De revelaciones a encrucijadas

Tríptico sobre madera. 200x140 (2019)
De revelaciones a encrucijadas es la tercera exposición que veo de Gustavo Díaz Sosa; cada una a intervalos de dos años, y aunque parezca que pueda parecer redundante escribir sobre un artista en tan poco espacio de tiempo, es porque en su trabajo voy percibiendo una evolución tan sutil como imparable, tanto desde el punto de vista pictórico y artístico, como en el conceptual, el espíritu que anima la obra.
El infierno según cuenta Dante. Mixta sobre lino 50x150 (2017) 
La primera de sus exposiciones que ví fue Huérfanos de Babel, de 2013, en ella abordaba la deriva kafkiana del individuo frente la burocracia y los laberintos del Estado: aduanas, papeleos, pasaportes, la búsqueda de la felicidad de un viaje que se antoja imposible ante el infranqueable muro del vuelva usted mañana. En la segunda, de 2015, Epopeyas para un nuevo milenio daba un paso al frente sumergiéndonos en la vorágine de las migraciones, el trayecto incierto y tormentoso, el estigma cruel del nuevo Ulises en la infructuosa búsqueda de su particular Ítaca.

Huérfanos de Babel. Mista sobre lino 200x200 (2018)
En la actual, De revelaciones a encrucijadas, Díaz Sosa parece interiorizar el viaje plagado de incertidumbres, a un viaje interior, a la introspección más íntima del yo, un viaje tan complejo como los anteriores tomando como acompañante a Dante en un viaje hacia los infiernos de cada cual. El conjunto de la obra y su propuesta se expande por las salas de la galería tan valiente como arriesgado, y a fuerza de parecer reiterativa, es una propuesta que resuelve con magnífica maestría, un discurso lineal enriquecido en conceptos que evoluciona con los años generando el cosmos en el que cada individuo, o cada discurso, toma como vía de escape los clásicos, a Kafka y las burocracias, a Ulises y los navegantes inciertos, y ahora a Dante con quien nos embarca en un  viaje espiritual.

Ensayos sobre madera 
Díaz Sosa mantiene la maestría de su dibujo, traza perspectivas y estructuras tan complejas como imposibles, y arrastra al espectador hasta la sima de un infierno al que sólo le falta añadir la pérdida de toda esperanza. Mantiene también los mensajes en su obra, como pensamientos que escapan en el momento de la ejecución sobre el lienzo o la tabla, un nuevo soporte que maneja con tal maestría, como el magnífico tríptico que destaca sobre el resto de obras y varias piezas que nos transportan al artesano y al pintor medieval cuyas obras eran parte íntima del artista o del donante y viajaban con ellos en sus itinerarios vitales. No cabe más que agradecerle sus propuestas y, como no, visitar la exposición donde el espectador podrá percibir el vigor de las obras.

Ensayo IX. 46 x 27 (2019) 
Gustavo Díaz Sosa, De revelaciones a encrucijadas, en Galería Bat Alberto Cornejo, en María de Guzmán, 61 de Madrid. Hasta el 9 de marzo de 2019

domingo, 2 de diciembre de 2018

Helí García

Juegos en la colina (97x195 cm.) 2017

No en tu nombre, si lo dice, / no en tu imagen si la pintan, escribe Pedro Salinas a quien leía camino de la exposición Los días verdes de Helí García. Lo hacía con un solo propósito, conocer al pintor personalmente Parte de la obra la conocía gracias a las redes, -que tienen la virtud de acercarnos al instante a cualquier obra, aunque tienen el gran defecto de desvirtuarla-. Había visto su anterior exposición en la Galería BAT, Zoografía e histeria, de 2013, un compendio de crítica sutil y acerada a los personajes que nos rigen. Me gustó, y esperaba algo similar, un discurso social y reflexivo contra nuestras élites -quién sabe, pensé-. Sin embargo, encontré un relato plagado de sencillez que invita a la introversión, a la reflexión intimista; pinta, como leía una vez en el Prado en la cartela de un cuadro aparentemente anodino de Brueghel el Joven, que el éxito de aquella pintura era captar lo cotidiano, donde el espectador se reconocía en aquellos paisajes nevados, en los patinadores o en las fiestas campestres.

Obra para Mao (20x20 cm.) 2018

Podía haber comenzado esta entrada con una recurrente cita evocando al verde verde lorquiano; sin duda lo pensé, pero hubo dos razones por las que no lo hice; la primera porque la obra es tan sencilla como acogedora, sin esa vertiente surrealista cargada de dramatismo que evoca García Lorca en su poema. Aquí, la pintura y su trasfondo no tiene nada oculto, aunque en alguna de las obras se quiera pretender verlo, como esa pareja que descansa sentada en un tronco y ella sostiene un nido en su regazo, y si la escena puede evocar algo en nuestro subconsciente, cualquier evocación se desvanece al instante con la ardilla que en el otro extremo del árbol contempla a la pareja. La segunda razón, más concisa aún, estaba leyendo a Pedro Salinas, tan sencillo como emotivo, y en ese momento los poemas del madrileño encajaban más que los del granadino.

Tres niños aburridos (60x73 cm) 2018

La pintura, la poesía, arte y sencillez, como la mano que sostiene un pájaro, -podía haber escogido otra obra para encabezar este texto, tan pequeña como ése, como la del cachorro que lame la cara de su dueño-, en definitiva algo natural y sin aparente importancia. Y es que Helí se muestra en la línea de aquellos pintores flamencos del siglo XVII que mencionaba al principio o en el espíritu de las pinturas de Goya, retratando lo cotidiano, invitando al observador a contemplar la vida, tan privada como pública y abierta de la gente sencilla y lo natural: los niños corriendo, esa pareja sentada en el tronco del árbol, de nuevo los niños que descansan y parecen aburridos en su quietud, la sirvienta que descubre bajo la tarima del suelo que limpia un tesoro de flores. Helí capta ese momento en el que parece parar todo movimiento, el instante mágico que sólo el ojo del artista sabe retener, libre y espontáneo, sin la necesidad de construir un discurso que justifique su obra.

Sirvienta (97x146 cm) 2016

La pincelada larga y enérgica que transmite seguridad a la hora de ejecutar el cuadro, una evolución podemos pensar que lógica, ese camino tan largo que conduce a la madurez: -A veces, me decía, como artista me he visto en la difícil tarea de tener que pelear y defender estilos forzados, discursos discutibles o formas incomprensibles-. A veces, he de reconocer, también me ha pasado, y es entonces cuando percibo la necesidad de retomar el camino de la normalidad, de la imagen real y dejar a un lado el concepto y el discurso vacío de contenidos.

Paisaje con excursionistas y árbol talado (97x195 cm) 2017

Y, concluyo, entresacando unos versos de Salinas ...con la punta de tus dedos / pulsas el mundo, le arrancas / auroras, triunfos, colores... 

Helí García, Los días verdes, en BAT Alberto Cornejo, en María de Guzmán, 61 de Madrid hasta el 5 de enero de 2019.

La batida. Técnica mixta sobre lino (60x92 cm.) 2018