viernes, 3 de junio de 2022

Damián Flores

 
Ramón ante el Pombo (2015) Óleo sobre tela

En el Museo de Arte Contemporáneo de Madrid hay una sala, o un espacio que reproduce el Despacho de Ramón Gómez de la Serna, que sirve de enlace con otro espacio, contiguo y cambiante, en el que se exponen obras, pinturas y fotografías de la colección permanente, -un museo dentro del museo,  dice la nota del propio museo-. Entre estas imágenes hay un pequeño un lienzo que retrata a Gómez de la Serna frente al Café de Pombo. La obra es de Damián Flores, un pintor que conocía de una exposición cuyo protagonista era Eduardo Torroja. Desde luego que no tiene la teatralidad y fuerza de la Tertulia del Café del Pombo de Gutiérrez Solana, pero si la sencillez y la frescura de una obra moderna.


EN GALERÍA ESTAMPA


Le conté a la chica de la galería que hacía unos años, escuché una entrevista de radio a la cantante Ana Torroja. La entrevista en sí no aportaba nada hasta llegar un momento en el que hablaron del abuelo, de Eduardo Torroja, el ingeniero. He de confesar que no recuerdo prácticamente nada de aquella entrevista, tan sólo se me quedó una imagen, que bien puede confundirse con cualquier otra de cualquier otro momento: un salón y una mesa en torno a la que se reúne una familia.


Cuando entré en la galería sentí esa sensación que hacía tiempo que no tenía, de sosiego y tranquilidad. Llevaba un rato mirando las obras una a una, volviendo sobre mis pasos si era preciso, por si se me había escapado un detalle, fue cuando redescubrí el placer de ir, volver y deambular por la sala, sin prisa, sin que nadie que te estorbe, ni a quien molestar. Además, tampoco quería ponerme a analizar las obras, porque la obra de Damián Flores Llanos es aparentemente sencilla. Es el homenaje de un pintor a un ingeniero y, así de entrada, se tiene la sensación de estar frente a Hoper, porque Damián Flores capta la imagen de la obra que quiere representar y al personaje que la está observando, y los integra en el cuadro con una sencillez exquisita.


Los colores, las escenas sin movimiento y las proporciones crean un ambiente propicio para trasladarse a la época en que se se realizaron las obras de ingeniería, a la mitad del siglo pasado. Me encantaron unos personajes junto a un coche en el Viaducto de los 15 ojos, porque era rescatar un poco mi propia infancia, esos años en el que el coche era poco menos que una molestia pasajera a la hora de jugar al balón en plena calle y aquella llamada ¡Que viene un coche! y nos apartábamos a un lado de la calle para verlo pasar. También me atraían los colores cálidos, los pardos que arropan a los personajes y hacen de la obra un instante que parece rescatado del recuerdo: el acueducto, la presa, el puente, personajes anónimos tocados de sombrero, envueltos en gabardinas, que observan y fotografían la obra de Torroja, la central térmica, el espacio envolvente del Frontón de Recoletos, el Interior del hipódromo, el Mercado de Algeciras o el voladizo de Poética del hormigón.


De todas ellas hay una que me llamó aún más la atención: Silos en Larache: representa un edificio entre una carretera y una vía de tren. Es como la impronta de un sueño, un cielo limpio y un silencio que envuelve un paisaje sin protagonistas, transmite la sensación de que ya hemos estado allí, que el lugar, la escena y el ambiente ya lo hemos vivido; entonces nos sobreviene nuestra propia impresión, nuestros propios sonidos, esas luces de un tiempo pasado que alguna vez nos pertenecieron. Salí de la galería con la sensación placentera de haber rememorado algo íntimo, de haber recuperado escenas propias y ambientes claros que, en definitiva, son los que perduran en el tiempo.



Damián Flores Llanos: Eduardo Torroja, en Galería Estampa, calle Justiniano, 6, de Madrid, hasta el 9 de enero de 2014.

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