Con el título genérico "Restos de batallas" se presenta la obra reciente de Antón Díez. El título de la exposición evoca, lo que el díptico informativo explica, como práctica del artista que "guardaba lo que encontraba, los hallazgos imprescindibles, lo que veía en las paredes o en las playas", lo que, en definitiva, no sirve al común, los desechos creados, -el propio autor me confesaba- "por la única especie que es capaz de generarlos: el hombre, que no sólo es la única que los genera sino que a la vez se entierra con ellos". Pensé en la arqueología que desentraña desechos humanos generados desde hace milenios; y también en las batallas, esas que se encarga el artista en esbozar con grandes trazos, figurines y polichinelas del teatrillo del mundo, de guerreros que esparcirán, no sombras, sino certezas, cadáveres, hombres y caballos muertos, armas resplandecientes, espadas y lanzas enhiestas, desafiantes, y una letanía agónica machadiana, a modo de "el Cid cabalga", para ir dejando tras de sí una reguero de muerte y sal en los campos de batalla. Es una manera, quizá simbólica, de evacuar la fortaleza medieval que el alma encierra, fortaleza en tanto que edificio y estructura, castillo, torre, fortaleza firme y segura que el tiempo desmorona a través de los siglos, y aún así, se perpetúa en el horizonte del páramo como una certeza, los desechos de las batallas, los excrementos que el hombre esparce sobre la tierra. Es, en estos fragores y en estas batallas donde el artista tiene y debe surgir genuino y sincero.
Ingenuidad infantil, pero sobre todo sinceridad, desprende la obra de Díez que simulan esos recortables que fueron el principio, recortables de guerreros sobre sus caballos que luego se van colocando en orden de batalla, como se recortan y ordenan los asuntos de adultos, y el quien mienta pierde, por eso, la ingenuidad y la sinceridad que encierra la obra debe trasciende más allá del mundo infantil que aún aún encierra su espíritu, el castillo que alberga el alma del artista. Polvo, sudor y hierro, y las duras aristas de las armas donde el machadiano Sol ciego se estrella, e ilumina y evoca todos los poemas, todas las palabras, "la realidad primaria de la que están hechas las cosas", y es que hay, en el trabajo de Díez, una minuciosidad y laboriosidad de infantil artesano a la vez que la serena reflexión del adulto despreocupado y concienzudo; amalgama de edades en busca, por decirlo así, de victorias y certezas. Un sorprendente trabajo bien hecho, producto tanto de la reflexión como de la intuición del artista que en su plenitud recupera el toque mágico, la destreza y sinceridad del niño que debemos llevar dentro.
Antón Díez expone en la Galería Orfila, en la calle Orfila, 3 de Madrid hasta el 14 de abril de 2018.
Nota: Aunque el adjetivo "machadiano" hace referencia a la obra de Antonio Machado, yo aquí hago alusión a un poema de su hermano Manuel.
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