viernes, 23 de agosto de 2024

Luis García Jambrina

 

Abril de 2018, paseo por la campiña de la ribera del río Yeltes, río poderoso entre roquedales de granito, encinares y alcornoques. Carreteras estrechas entre muros de piedra y alambradas; extensos campos donde se crían vacas y algún toro bravo y nutridas piaras de cerdos ibéricos, negros y ágiles. En todo el recorrido, paramos solo en El Cubos de Don Sancho, en Villares de Yeltes y en  Boada. En el itinerario solo vimos el ganado y un solo hombre que en la lejanía esparcía desde un remolque, la paja y comida para las vacas que acudía mansas a los comederos. La parada de Boada fue en la estación, a poco más de un kilómetros al sur de la población, y un poco más al sur, nos entretuvimos en un campo anegado, una chopera en la que se levantaban, construidos con esmero en cada uno de los árboles, un nido de cigüeña.  


Lectura del verano. La novela de Luis García Jambrina, este 2024, me trae esos recuerdos del Campo del Yeltes, el origen de la despoblación de la comarca y una historia excelentemente narrada. Lo inusual es que al frente de la historia esté don Miguel de Unamuno que desempeña un papel detectivesco que a pocos se nos ocurría imaginar. El desarrollo del personaje es magnífico y una lectura ágil y fluida. La trama: un crimen en un entorno caciquil, la injusticia social, un tenaz y joven abogado y una misteriosa dama para desentrañar el crimen. La novela no tiene desperdicio.

En 1905 los vecinos de Boada sufrieron el expolio de las tierras comunales lo que abocaba a sus habitantes a la miseria, por lo que deciden emigrar solicitando al presidente de Argentina que les facilite el viaje a todo el pueblo a su país. Ese año de 1900 Boada tenía 968 habitantes, en 1910 eran 1136, en 2018 eran 315 los vecinos que la poblaban.