viernes, 22 de enero de 2021

Juan Muñoz

Juan Muñoz (Madrid, 1953 - Santa Eulalia des Rius, 2001). Según la ficha del Museo Reina Sofía, Juan Muñoz forma parte del primer grupo de artistas que reintroduce la figuración en la escultura. Quizás habría que explicar algo más que no suelen explicar las cartelas porque, aparte de sus fechas vitales, no he encontrado ninguna que haga referencia a su obra. De ésta destaca la teatralidad que forma el conjunto de sus personajes, el nexo entre ellos y el diálogo que éstos establecen con el espectador. He ido recogiendo algunas obras de Muñoz a lo largo de los últimos años e imagino que no será difícil encontrar alguna más en un futuro, son las que os dejo ahora.

SALA ALCALÁ 31 DE MADRID

Todo lo que veo me sobrevivirá, es el título de la exposición que conmemora el setenta aniversario del nacimiento del Juan Muñoz. La cita que da título a la muestra, según  el pequeño programa que se entrega en la sala, es de la poetisa rusa Anna Ajmátova que el artista anotó en un post-it cuando preparaba su última exposición en 2001. La exposición tiene varias obras o grupo de obras, cada una de ellas comenta. Comenzamos con Sara, que según la cartela, "a mediados de los años noventa, Juan Muñoz introduce la tipología de un enano y posteriormente su versión femenina". En la obra Sara with Blue Dress, Sara se mira en un espejo, "observando el vestido de llamativo color azul que le da título. El vestido es sólo azul en el espejo, y sabemos que el espejo es solo una modalidad de la representación".

Sara with Blue Dress (Sara con vestido azul) 1996. Aceílico sobre resina de
poliester y espejo. Colección Juan Várez, Madrid.

Sobre la figura de Juan, nos explica la cartela "la figura del enano es una otredad emocional. Juan Muñoz explicó varias veces la anécdota del encuentro con un enano en un semáforo, mientras esperaba para cruzar, y la irreprimible sensación de sentirse culpable...". La representación de la obra, Umbral (1991), la cartela nos aclara que "el concepto de umbral está muy presente tanto en la práctica artística como en los escritos de Juan Muñoz". El propio artista lo define como "ese espacio intersticial que se genera en esos lugares que no están del todo cerrados, que actúan como espacios de tránsito".

Schwelle (Umbral) 1991. Bronces y terracota (colección particuklar)

Interesante, por su monumentalidad, es Plaza (1996), "una congregación de 27 personaje asiáticos que socializan a través de la risa contagiosa y compartida, cuyo origen escapa a todo espectador. Esta instalación coral fue concebida para el Palacio de Velázquez en la exposición que el Museo Reina Sofía le dedicó a Juan Muñoz en 1996 y regresa ahora a Madrid por primera vez desde entonces". Atendiendo a la cartela de la sala se compone de veintisiete figuras de resina y pigmento, Kunstsammlung Nordrhein-Westfalen, Düsseldorf (Alemania).





MUSEO REINA SOFÍA DE MADRID

De la remodelación de espacios del Reina Sofía tras la pandemia. A mucha gente no le ha gustado la nueva disposición de algunas obras por lo que puedo leer. Estamos a mediados de diciembre de 2021. En el espacio, planta baja, hay obras entre otros de Chillida, Saura y Juan Muñoz. Las obras de Muñoz, de escaso volumen parecen dispersarse entre la penumbra por lo que me es difícil fotografiarlas, razón por la que sólo traigo dos de ella.

Baranda de Alcamé (1984) Madera, acero soldado, papel maché y pintura

Baranda de Alcamé (sección)

El boxeador (1985) Hierro pintura y escayola pintada (sección)

GALERÍA ELVIRA GONZÁLEZ DE MADRID


Se acababa el verano. Un viaje fugaz a la capital. Tenía el encargo de comprar ácido oxálico, un producto que limpia la piedra -el granito-, y también el óxido. Erré en el trayecto para llegar a la tienda, sabía que estaba frente a la Galería Elvira González y anduve desde la glorieta de San Bernardo hasta la de Alonso Martínez, el sol ya comenzaba a irradiar calor que el asfalto se encaraba de extender en el ambiente. Había olvidado que entre medias estaba la glorieta de Bilbao. Cuando llegué frente a la tienda el sudor asomaba. Dudé en entrar primero en la galería o en la tienda de químicos. Hice esto último, buscando refrescarme, aunque lo primero de todo era saber qué se exponía en la galería: Juan Muñoz. Pasados unos minutos, el sudor evaporado y el ácido en una bolsa en la mano derecha, entre en la galería.


La sala estaba desierta y apenas pude percibir que tras el pasillo que hay a la derecha se oía como un murmullo de gente -para mí lejano y prácticamente inaudible-; quizá fuese en ese momento cuando percibí lo que se suele llamar el diálogo entre el espectador y la obra; en realidad no dialogan, una obra no dialoga, si es buena transmite emociones, hace pensar, trae recuerdos, pero no habla, y allí estaba junto a dos personajes de Muñoz, cada uno de ellos frente a un espejo, uno riéndose de sí mismo, -daba esa impresión-, ataviado con un pequeño antifaz, las manos cruzadas delante del cuerpo y sin pies, aunque estaba de pie, vestido con gabardina amplia, me recordaba aquellos señores de los años 1960, grises años 60 del siglo pasado, tan graves y tan perseguidos, los señores, que vestían muchos igual para parecer diferentes, tipo británico, como el ministro aquel que se fue destinado a Londres y que desde la más elegante represión nos daba clases de modernidad: ironía. Ríase usted de usted mismo. El otro, el otro también gris pero más humano, miraba el espejo como quien busca algo detrás de una ventana que accidentalmente se ha quedado abierta, intentando no ser indiscreto, -pasaba por allí y miré por si había alguien detrás y algo que ver- sin saber ni creer qué iba a encontrar tras el marco de la ventana -los vanos de una casa son los que le dan vida: las puertas y las ventanas, los espacios vacíos por los que vuela la imaginación, la loca de la casa-. Los abrazos hacia atrás, las manos recogidas y el cuerpo ligeramente inclinado hacia adelante; tampoco tenía pies por lo que es fácil deducir que estaban allí para siempre, esperando que alguien, si es que esperaban en su quietud, los llevara de un lado hacia otros, trasladándolos como los pensamientos, junto a los espejos que cada uno -son míos- tenía a bien explorar, mirar, mirarse, conocerse. Y llegó un estruendo, hubo un estruendo, el sonido de un teléfono rasgó la quietud, el silencio, la contemplación y todo se alteró, la mirada de los personajes, los ojos cambiaron, giraron y buscaron el origen de aquel sonido. Tras la pared que delimita el pasillo de la derecha, dejó de oírse el murmullo de gente. Unos segundos después apareció un hombre, joven y arremangado. Me dijo que estaban grabando para una televisión. Apagué el teléfono, no obstante, pensé, aprovecho para fotografiar los dos personajes y nada más traspasar el joven el vano que lo llevó de nuevo a su lugar donde estaba su tarea, el teléfono se escapó de entre los dedos que comenzaban de nuevo a sudar y cayó plano sobre la madera del suelo. Mientras recogía el teléfono -la bolsa del ácido se balanceaba en la mano izquierda- vi asomar la cabeza del joven que me vio hacer dos fotografías antes de salir de la sala y encontrarme de nuevo en el ambiente caldeado de una mañana de verano, en una calle sin apenas tráfico, casi sin peatones, frente a la tienda de ácidos, como recién salido de la caverna de Platón.


MUSEO REINA SOFÍA DE MADRID

 I Saw It in Bologna (Lo vi en Bolonia) 1991. Bronce y acero


GALERÍA ELVIRA GONZÁLEZ EN ARCO 2016





CAC DE MÁLAGA

Siete figuras en el balcón (1987) Hierro y figuras de terracota

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